“Cuento
que escribí hace unos veinte años como regalo de reyes para mis hijas”
I.- Los Planes
Llevaba un buen rato en la cocina
oyendo el alboroto que tenían los niños. Intentó no hacerles el menor caso,
pero, aunque en un principio pareció que lo conseguía, ahora sus gritos le
retumbaban en la cabeza sintiéndose incapaz de preparar la comida.
Habían decidido alejarse del
bullicio de la ciudad, y todos opinaron que era una idea estupenda pasar
aquellas Navidades en el pueblo, en la vieja casa que el abuelo tenía en Suarbol.
Pero el tiempo no fue tan bueno como esperaban. Tres días hacía que
habían llegado y, desde entonces, no paraba de nevar. Los niños no podían jugar
afuera, como en el verano, cuando corrían entre los retorcidos castaños del
camino. Y ahora, dentro de la casa, era casi imposible mantenerlos tranquilos
más allá de media hora.
Dejó lo que estaba haciendo y se acercó al salón para intentar poner
un poco de orden. Su trabajo le costó hacerse oír...
- ¿Queréis callaros? -tuvo que gritar-. ¡Vale ya! ¡Jorge, deja en paz
a tu hermana o te vas a la habitación!
- Si sólo es una araña de nada, mami -observó el chiquillo.
- Sentaos un momento y prestadme
atención. ¡Esther, esto también te concierne a ti! Deja en paz al perro y
cierra el "pico", si puedes. ¿De acuerdo?
Esther se sienta algo alejada del resto, mostrándose ofendida por el
comentario de su madre.
Los mira detenidamente unos minutos antes de hablar. De uno en uno se
los puede manejar bastante bien, a pesar de lo inquietos que suelen ser, pero
querer que no alboroten estando los cinco juntos, es como intentar embotellar
un tornado.
David, con sus casi 11 años, es bastante sensato y el más tranquilo.
Claro, que si Almudena anda por medio, es harina de otro costal, como diría la
abuela.
Almu, como todos la llamamos, aunque
a ella no le guste, es la mayor de las niñas. Tiene 9 años y suele ser bien dispuesta para cualquier cosa,
pero protesta por todo y tiene algo de "marimandona".
Luego están Jorge y Paloma, los
mellizos, con cinco años. Siempre andan juntos y cuando discuten por algún
motivo, lo más prudente es no intervenir y permitir que sean ellos los que lo
solucionen. Por último está Esther, la pequeñaja. Con sus tres añitos suele ser
la chispa que enciende a los demás.
- Vamos a ver, -dice conciliadora-.
¿No podéis encontrar algún entretenimiento con el que no arméis este alboroto?
¿Tan difícil resulta? ¿Por qué no jugáis al parchís?
- ¡La tele, mami!¡Nos falta la tele!
-advierte Jorge-. ¿A quién se le puede ocurrir hacer una casa sin tele?
- ¿No sabéis divertiros sin necesidad de tanta televisión?
- ¡Jo, mamá! Si es que es un rollo, con estos tíos no hay quien pueda
hacer nada -exclama David.
- ¿Lo habéis intentado? No. Es más
fácil que os lo den todo hecho. ¿Me equivoco? ¿Podéis decirme para qué diablos
queréis la imaginación? Cuando yo era pequeña...
- Ya está con el
rollo de todos los días, ¡será carroza!
-murmura Almudena al oído de David, aunque no lo suficientemente bajo
como para que no la oiga su madre.
- ¡Almu, podré ser carroza, pero no
estoy sorda.
Al ser pillada "in
fraganti", la niña mira a su madre con aire inocente, como si ella no
hubiera dicho nada. Ante esto, la madre opta por encogerse de hombros y
dirigirse a la puerta. Antes de llegar a ella se gira para advertirles:
- Podéis tomarlo como un ultimátum.
Si oigo una voz más, tendréis algo con lo que entretener vuestro precioso
tiempo.
Sale de la habitación sin esperar
respuesta.
- ¿Qué quiere decir "eltomatun"?
-pregunta Esther, cuando la puerta se cierra tras su madre.
-
Algo así, como la última oportunidad de portarnos bien antes de que nos
castigue -le aclara David.
- Si parara de nevar, podíamos hacer
un enorme muñeco de nieve -observa Paloma con tristeza.
Cinco pares de ojos se dirigen hacía
la ventana. Afuera nieva copiosamente y
por las apariencias no tiene pinta de que vaya a parar. Se escapan algunos
suspiros y en sus caras se pinta el desaliento. De pronto, Jorge se incorpora
como si fuera el portador de una valiosa idea:
-
Ya lo tengo. Exploremos los alrededores.
- ¿Con este tiempo? Lo único que podríamos explorar es tu cabeza de
chorlito "so idiota" -le conmina Almudena.
- Me refiero a la casa,
"listilla" -se apresura a explicar el niño dispuesto a entablar una
discusión.
-¡Eso, eso! -palmotea la pequeña- y
así nos podemos llevar a Reinita para que nos defienda de los trigres.
- Tigres, Esther, tigres -corrige
David. No podemos. Armaríamos demasiado jaleo y ya sabéis lo que eso
significa...
- ¿Por qué no subimos al desván?
-apunta Paloma- todas las cosas que no les sirven a los mayores, las dejan
allí. ¡A lo mejor encontramos el mapa de un tesoro como en la peli de "Los
Goonis"!.
- ¡Bah!, ratones y arañas es lo
único que vamos a encontrar y eso a ti no te gusta. ¿Verdad? -insinúa Jorge.
- Pero sí podemos encontrar ropa
vieja. A mamá no le importará que la usemos para hacer los disfraces de
carnaval.
- ¡Caramba, Almu! Esa sí que es una
buena idea. ¿Qué os parece, pequeñajos? ¿Subimos al desván?
- Síííí.... -vocean todos.
Esther se acerca a su hermano y le
tira del jersey.
- ¿Puedo llevarme a Reinita?
- Claro, pequeñaja, puede venir. Pero procura que no se meta en alguna
de las habitaciones porque tendríamos problemas con mamá. ¡Venga, todo el mundo
arriba! y sin meter ruido, no lo
olvidéis, chis...
II.- El Desván
Salen sigilosamente del salón,
echándole una mirada a la cocina donde el "enemigo" prepara "la
manduca". Suben las escaleras del primer piso; una vez allí buscan la
llave de la puerta que da al tramo de peldaños que llevan al desván. De pronto
Jorge se detiene y se lleva las manos a la cabeza en un teatral gesto:
- ¡Por todos los diablos!. ¡Nos hemos olvidado las antorchas!.
- No seas "gili" -le
recrimina Almudena- con una linterna nos arreglamos mucho mejor. Voy a buscar
la de papá que es mayor que las nuestras.
- Yo voy por la mía. También tengo
pilas de repuesto para no quedarnos a oscuras -aclara el chiquillo mientras se
dirige a su habitación.
- Espera, no hace falta. Con una
tenemos más que suficiente para subir; una vez arriba, se abren las
contraventanas y el problema queda resuelto.
Jorge se para en seco, da la vuelta
y camina despacio hacia su hermano. Las piernas ligeramente separadas, las
manos a la altura de la cadera -como aquel pistolero que vio en la tele no hace
mucho-. Al llegar a su altura, arruga el entrecejo, lo mira fijamente antes de
hablar cambiando la voz.
-¡Vale forastero! Pero si allá
arriba tenéis problemas, no seré yo quien os saque de ellos. Vamos, Palomita,
yo seré tu "Gordaespaldas".
- Guardaespaldas -corrige la niña- y
no me llames Palomita que...
Antes de que los mellizos puedan
seguir con la discusión, interviene la pequeña:
- ¿Y a mí quién me las va a guardar?
- Tú tienes a Reinita -indica Jorge.
Pero Esther no parece demasiado convencida e insiste:
- ¿Cómo voy a darle las espaldas a
Reinita para que me las guarde?
Se ríen ante la ocurrencia y David intenta aclarárselo:
- No tienes que darle las espaldas a nadie. Lo que Jorge ha querido
decir, es que si te pasara algo, Reinita te defendería.
- ¡Pero... Jorge, no es un perro! ¿Cómo va a defender las espaldas a
Paloma?
Mientras tanto, regresa
Almudena con la linterna.
- Ya estoy aquí. ¿Subimos?
- Adelante, -invita David dejándoles pasar uno a uno, en pos de
Almudena que ha encendido la linterna.
Por último pasa él, cerrando la puerta tras de sí para amortiguar el
posible ruido que pudieran hacer arriba.
Llegan al desván. Almudena empuja la puerta que cruje siniestra.
Ninguno de ellos osa adelantarse más allá del quicio, y sus ojos siguen
temerosos el tenue haz de luz de la linterna, mientras tratan de hallar los
cuarterones que, supuestamente, protegen las ventanas.
Guardan silencio. El desván está lleno de sombras fantasmales y las
cosas parecen lo que no son. Allá, al fondo, hay algo que los observa. Parecen
unos ojos maliciosos que brillan en la
oscuridad. Más a la izquierda, el cuerpo de un hombre al que le falta la cabeza
y sobre un arca... sobre un arca, descansa la cabeza que le falta al cadáver...
y más allá... aparecen los cuarterones cubiertos de telarañas, como si hiciera
una eternidad que nadie los hubiera abierto.
Almudena fija la linterna en ellos, esperando que alguno se acerque y
deje pasar, a través de los cristales, la clara luz del día que rompa el
hechizo de las sombras. Pero ninguno se mueve. Permanecen quietos, unos junto a
los otros. De pronto, sus respiraciones se detienen, sus corazones laten mas
deprisa. Algo pasa rozando sus piernas. Algo peludo que se mueve insistentemente
y jadea a su lado... La voz se ha helado en sus gargantas negándose a salir...
- ¡Idiotas! -exclama David a la vez que le quita de las manos la
linterna a su hermana y dirige la luz hacía los pies-. ¡Es el perro! ¿no lo
veis?.
Al mirar a Reinita todos respiran tranquilos y ríen de sus miedos.
- Jo, tíos, yo ya los tenía de corbata -admite Jorge.
- No seas grosero -le amonesta Paloma- y ve abrir la ventana.
- ¿Quién, yo? Y un cuerno pocho, que
vaya David que "pa eso" es el mayor.
- No empecéis a discutir. Ya voy yo -les interrumpe Almudena.
Y se dirige hacía la ventana seguida
por David. Entre los dos la abren permitiendo que la luz entre a raudales. Los
niños miran con curiosidad a su alrededor.
- ¡Cuantos cachivaches! –comenta David.
Ahora que la luz entra llenando cada
rincón, la magia ha desaparecido. Sólo es una gran habitación llena de
telarañas, polvo y trastos viejos, que a nadie parecen servir.
Los ojos, que malignos les espiaban tan sólo hace unos momentos, no
pasan de ser unas cuentas de cristal que le sirven de ojos a un caballito de
madera cuyo balancín está roto.
El hombre sin cabeza, es un viejo
armazón de esos que se usaban antes para probar y arreglar ropa. En cuanto a la
cabeza, sólo es una pelota con un cochambroso peluquín encima.
Se miran un momento. Ya más
tranquilos empiezan a curiosear entre los viejos sillones, los montones de
cajas, los baúles llenos de ropa y juguetes rotos. A su paso, van levantando
nubes de polvo que les hacen estornudar violentamente y despiertan fantasmas
dormidos en su imaginación de niños.
Escudriñan aquí y allá. Almudena y
Paloma abren una gran arca donde, por el tamaño, podrían esconderse los cinco y
aún sobraría sitio. Sacan cortinas, trajes viejos... un bolso dentro del cual
encuentran un par de collares de cuentas descoloridas y algunos alfileres
oxidados con las cabezas de colores.
Jorge se pone a gatas y merodea
entre los sillones y repisas siguiendo al perro. Esther, descubre una caja
llena de sombreros. Los saca y se mete en ella imaginando Dios sabe qué
aventura.
En cuando a David, ha topado con una librería llena de libros y
cuentos viejos... con eso, ha entrado en su particular mundo de fantasía.
III.- El Diario
Llevan un buen rato trajinando,
cuando se oye un golpe. Levantan la cabeza, la vuelven en la dirección en que
ha sonado el ruido y se encuentran a David en el suelo en medio de un montón de
libros.
- ¿Que pasó? ¿Te has caído? ¿Te has hecho daño? ¿Que has roto?...
Pero David no les hace caso,
ensimismado en un mohoso cuaderno que tiene en las manos.
Está chiflado -afirma Jorge antes de
abstraerse en un viejo rompecabezas de madera al que le faltan algunas piezas.
Un buen rato después, David levanta
por fin la cabeza del cuaderno y los llama.
- ¡Eh chavales!, ¡Venid acá!. He encontrado algo muy interesante.
Dejan lo que están haciendo y se le acercan, se sientan a su lado, en
círculo, dispuestos a escucharle.
- Quiero que me oigáis sin interrumpirme, las preguntas y jilipolleces
al final, y esto va por ti -señala a Jorge- ¿De acuerdo?
Todos asienten con la cabeza y el muchacho continúa.
- Mientras miraba en los libros de
esa estantería encontré esto -y les muestra un cuaderno bastante cochambroso-
no sé quién lo ha escrito, algunas hojas no se pueden leer porque la tinta se ha
corrido, otras están rotas y las últimas han desaparecido.
Parece ser un diario y en él se
habla de una puerta que hay que colocar en un determinado lugar de esta
habitación, aunque no indica dónde. El caso es que si la abres en un sentido, y
no sé en cuál, se puede viajar, por decirlo de alguna manera, al pasado y si se
abre en el otro, iríamos al futuro.
Hizo una pausa, miró a sus hermanos
que le escuchaban atentos, luego continuó:
- Por lo que he podido entender, no siempre se consigue abrir la puerta.
Hay que aprovechar lo que en el diario llaman "Grietas en el tiempo"
y esas "grietas" tienen una duración determinada que nunca es la
misma. Al cerrarse la grieta, se cierra también la puerta.
- ¿Qué pasaría entonces si no se llega a tiempo y se cierra la puerta?
-pregunta Paloma-
- No lo sé. En el diario no pone nada al respecto, al menos en
las hojas que he podido leer.
- ¡Pues lo tenemos claro! -apunta Almudena- ¿Cómo saber que la puerta
se va a cerrar?
- Respecto a eso, sí he leído algo. Al abrirse la puerta se produce
una especie de tormenta, truenos o algo así, y poco antes de cerrarse se repite
esa tormenta. Existe una relación, aunque no sé cuál, entre el tiempo que dura
la "tormenta" y el tiempo que permanece abierta la "grieta".
- Vaya lío -observa Esther.
- Un poco lioso sí que es, -corrobora David antes de seguir hablando-
pero intentaré poneros un ejemplo para que lo entendáis. Veréis, al abrirse la
puerta y poco antes de cerrarse se produce una tormenta, como ya dije antes,
que dura un determinado período de tiempo; pongamos unos 10 minutos. El tiempo
que permanece abierta entre la primera y la segunda tormenta, sería de unos 30
minutos. Si la tormenta dura más tiempo, el período que hay entre las dos,
también sería mayor. Hay una conexión entre ambos, por lo que se puede saber el
tiempo que va a tardar en cerrarse. El problema está en que en las hojas donde
se explicaba esa relación, la tinta está corrida y no se lee ni torta.
- ¿Quién escribió el diario? -pregunta Jorge interesado.
- No lo sé, aunque sospecho que la persona que lo escribió podría ser
el bisabuelo de mamá o alguna persona que
tenía una estrecha relación con él.
- ¿Y la puerta? -interviene Paloma- ¿Dónde está?. ¿Podemos buscarla?.
- Creo que en el desván, pero en el diario no dice cómo es, ni cómo
encontrarla.
Se encoge de hombros y medita un instante antes de volver a hablar:
- Si queréis, podemos leer el
diario en voz alta; en la mayor parte de él se relatan los viajes que hicieron
a través de la puerta y parecen entretenidos.
La desilusión se refleja en sus rostros, desde luego, no era eso lo
que buscaban cuando subieron al desván.
IV.- La Búsqueda
Almudena se levanta del suelo,
sacude el polvo de los pantalones y se dirige al otro extremo.
- Vosotros podéis leer. Yo me voy a buscar la puerta. ¿Qué perdemos
con ello?
Se miran unos a otros, eso es lo que estaban esperando, que uno de
ellos se decidiera a dar el primer paso.
- Yo me apunto -asevera Jorge- tu plan me mola más que el de David.
- De acuerdo -consiente David-
busquémosla, pero de una forma sistemática.
- ¿Siste... quién?
Deja de hacer el payaso o te vas abajo. -amenaza su hermano- Paloma y
tú buscad desde la ventana hasta el fondo...
- Eso, di que sí. La parte más oscura para nosotros -protesta el
chiquillo.
- ¡No seas memo!, llévate al perro si tienes miedo.
- De eso nada -interviene Esther- Reinita se viene conmigo.
- Pues llevaos la linterna. Almu y Esther, buscad desde la ventana al
arcón. Yo miraré desde el arcón hasta el final. ¿De acuerdo?.
Antes de empezar sus pesquisas, David les advierte:
- Buscad cualquier cosa que se parezca, aunque sea remotamente, a una
puerta; no importa el tamaño que tenga o lo estropeada que esté.
Y sin más, se ponen manos a la obra. En silencio, al principio.
Algunos minutos después, se oye protestar a Jorge, que se ha hecho daño con
algo, y a Paloma increpándole por decir palabrotas.
Almu, por su parte, intenta que Esther la ayude, pero, al ver que está
más interesada en poner al perro un sombrero y unas gafas, se encoge de hombros
y continúa ella sola.
David se encuentra en su ambiente, aunque hubiera preferido leer el
diario, se siente intrigado por saber lo que pasará si encuentran la puerta.
Media hora más tarde, todos están
cansados y llenos de polvo. Han encontrado de todo, menos algo que se pueda
parecer a una puerta. Se sienten contrariados.
- Ya os dije que no iba a resultar sencillo -les advierte David-
descansemos un poco.
Se sientan en el suelo cerca de la ventana.
- Bueno, creo que todos nos hemos ganado un buen baño -observa
Almudena- tengo telarañas hasta en las orejas.
- Yo me enganché la chaqueta con una punta y tengo un buen siete -se
lamenta Paloma.
- Basta de quejas y volvamos abajo. Tenemos que asearnos un poco,
antes de que nos vea mamá y le dé algo -concluye David.
Pero antes de que pueda terminar de hablar oyen un grito:
- ¡LA ENCONTRÉ!, ¡LA ENCONTRÉ!
Como movidos por un resorte, se levantan y corren hacia Esther.
- Mirad, Reinita y yo, encontramos la puerta.
Y les muestra la mano donde tiene una puerta que, por el tamaño, debió
pertenecer a una casa de muñecas.
- Menudo susto nos has dado renacuaja -la increpa Jorge- pensé que
habías encontrado la puerta de verdad.
- ¿Y esto no es una puerta? -interroga la pequeña-
- Sí, -afirma David- pero no la que buscamos, esa es demasiado
pequeña. ¿Lo entiendes?.
- Sí. Pero es una puerta. ¿No? -porfía la niña.
David sonríe ante su insistencia; de pronto advierte que Almu no está
con ellos. Levanta la cabeza y la ve cerca del arca desde donde les hace señas
para que se acerquen.
- Ven, ayudadme a mover esto, yo sola no puedo separarla de la pared.
Se acercan y, entre todos, consiguen mover ligeramente el arca; lo
suficiente para que puedan comprobar que, entre ésta y el muro, hay, lo que
bien podría ser, la puerta que buscan.
Se miran con los ojos brillantes por la excitación del descubrimiento.
Mueven un poco más el arca hasta que pueden sacar la puerta.
No es muy grande ni muy pesada,
aunque en un tiempo debió ser de caoba, ahora tiene un color indefinido. El
marco en el que está encajada es más oscuro que el resto y en uno de los lados
tiene tres espigones llenos de herrumbre. No tiene pomo, aunque sí, un pequeño
agujero en su lugar.
Almudena busca un trapo y la limpia un poco intentando quitar las
telarañas y el polvo acumulado por el paso del tiempo. Al hacerlo, descubren en
las jambas unas marcas un tanto extrañas. David las observa unos momentos, pasa
su mano suavemente por ellas antes de decidirse a hablar:
- Son runas. Las he visto en un
libro que el abuelo tiene en su despacho.
- ¿Que son runas? -pregunta Paloma.
- Son caracteres, bueno, letras de una escritura muy antigua...
- Yo leí en un libro -interviene Almudena- que hablaba de enanos y
hobbits, que las runas son letras mágicas.
- Bueno, menos charla. Ya tenemos la puerta. ¿Y ahora qué?.
La pregunta hecha por Jorge en voz alta, es la misma que todos se
hacen en su interior.
¿Y ahora qué?...
V.- La Puerta
Jorge mira detenidamente la puerta.
Da una vuelta completa, luego otra. Se detiene un momento y busca en el
bolsillo del pantalón. Saca una serie indescriptible de objetos entre los que
se pueden observar un trozo de cordel, un soldadito de plomo roto, un
cortaplumas oxidado, una moneda de cinco duros, un tirachinas y un trozo de una
sustancia desconocida. Pero, por lo visto, ninguno de esos objetos es lo que
busca, vuelve a introducir la mano en el bolsillo. Esta vez saca una pequeña
lupa, da un grito de alegría, coge también una pipa vieja, que tiene rota la
cazoleta, y mete el resto de las cosas de nuevo en el pantalón.
Con la lupa en la mano, vuelve a acercarse a la puerta y la examina
minuciosamente. Pretende abrirla, pero no lo consigue. Luego lo intenta por el
otro lado, pero nada. La puerta y el marco parecen hechos de una misma pieza.
Mira los laterales y luego se aleja inspeccionando con detenimiento las paredes
del desván.
- Ya está Sherlok Holmes en
marcha, -apunta Paloma- me parece que tendremos que suspender el baño por el
momento.
- Menos guasa, que ya casi lo tengo resuelto "Wasston" o
como se diga.
- Eso tendría que verlo yo
-apuntilla Almudena- si tú resuelves este problema, yo hago bombones para toda
la familia durante estas vacaciones.
- ¡Ajajá! ¡Ya lo tengo! -exclama Jorge; y se acerca a donde están los
demás encarándose con su hermana.
- Oye "listiya" ya puedes ir pidiéndole la receta de los
bombones a mamá, porque acabo de descubrir dónde hay que "encallar"
la puerta.
- Se dice encajar -le corrige David.
- ¿Y qué importa ahora como diablos
se diga, ayúdame a llevarla hasta la ventana?
Almudena y David ayudan a Jorge con la puerta, acercándola hacia donde
este último les ha indicado.
- ¿Veis? En la pared hay como unos
agujeros a diferentes alturas. La puerta en ese lado de ahí, tiene unos clavos
muy raros que deberán "encajar", - ¿ahora lo he dicho bien? - en los
agujeros de la pared.
- Vamos a comprobar si es cierto
-admite David-. Vosotras, quitad esas sillas para que no tropecemos con ellas.
Y mientras las niñas despejan el
sitio, David y Jorge consiguen que los espigones que tiene la puerta encajen
perfectamente en los huecos de la pared. Jorge empieza a dar saltos de alegría
al comprobar que no se había equivocado en sus deducciones.
- ¿ Veis cómo tenía razón? ¿Que haríais sin mí?.
- Buscarnos otro, "Capullo"; - le increpa Almudena- de
cualquier forma no hemos avanzado mucho, la puerta no se abre. ¿lo ves?
"Capullito de Alhelí".
- ¡Oye!, deja de llamarme Capullo, "Gallina con
tirantes" -se defiende Jorge
enfadado. Y los dos se enzarzan en una batalla dialéctica que termina llegando
a las manos.
- Oye, "Albóndiga enana", no me pongas las manos encima -amenaza Almudena.
- Pues no me empujes tú, "Botijo con trenzas".
- ¡Basta ya! Estaos quietos los dos -interviene David- dejad de
comportaros como dos perfectos idiotas.
- Empezó ella, -se defiende el niño.
- ¡Mentiroso! Eso no es cierto, tú lo has visto David.
Al ser llamado mentiroso, Jorge se acerca a su hermana y la tira de
las trenzas. Ésta, le empuja. El niño recula, tropieza con Esther y ambos caen
contra la puerta. Al hacerlo, la puerta se abre seguida de un estrepitoso
ruido.
La discusión se detiene al instante
y todos los ojos se fijan en la puerta entreabierta.
- ¡Arrea! ¡Se abrió! -exclama Jorge, a la vez que se levanta del suelo
y se aleja de ella.
David ayuda a Esther a incorporarse separándola de la puerta. Ésta se
abre un poco más, permitiendo ver a los niños parte de lo que se oculta tras
ella. Un inmenso vacío lleno de niebla. El perro ladra, ellos se miran unos a otros
sin saber qué hacer. En la lejanía se oye de vez en cuando un ruido de
tormenta. David mira su reloj. El perro sigue ladrando y se acerca a la puerta.
- Esther, haz que se calle el perro
-le pide Paloma.
La niña se dirige al chucho
llamándole suavemente, pero antes de que ésta lo pueda coger por el collar, el
perro se vuelve y desaparece entre la niebla.
-¡Ahí va! ¡Se largó! -exclama Jorge.
- Espera, Esther, no entres. Deja a Reinita, ya volverá -le aconseja
David al ver que la pequeña se dirige en la misma dirección en la que ha
desaparecido el perro.
- No puedo, es pequeñita. No sabrá volver y se perderá.
La niña empieza a lloriquear.
- Tiene razón -advierte Almudena- no debemos dejarla ahí dentro,
tenemos que ir a buscarla.
- ¿Pero... cómo? -pregunta Paloma-. No podemos entrar, y si nos
perdemos también nosotros... ¿cómo encontrar el camino de vuelta?
-
Las dos tenéis razón. Pero... ¿qué hacer? ¡Jorge! ¿no tienes ninguna idea
salvadora?
- Sí, muchas. ¿Qué os parece? Nos
podemos atar como los alpinistas cuando escalan montañas en la nieve y...
- Menuda chorrada -le interrumpe Almudena.
- No, espera, no es tan mala idea -interviene David conciliador-. Creo
que he visto unos rollos de cuerda por algún lado, vamos a buscarlos, luego os
explicaré la idea.
Todos se ponen a buscar las cuerdas. Pasados algunos minutos, Paloma
se acerca a David con unos rollos.
- ¿ Son éstos?.
- Sí. Creo que sí -le dice
tomando la cuerda entre sus manos y dando una serie de tirones a cuál más
fuerte-. Sí, ésta nos servirá. Jorge, toma un extremo y átalo a esa columna del
medio. No lo hagas muy alto, pero asegúrate de que no se suelte.
El niño hace lo que le indica su hermano sin rechistar, mientras él
sigue hablando.
- Almu y yo vamos a entrar a buscar el perro, mientras tanto
vosotros..
- De eso nada -interrumpe
Jorge- yo también quiero ir.
- Y yo -apunta Paloma.
- Pues yo no me quedo aquí. La perrita es mía y voy a buscarla
-concluye la pequeña.
- De acuerdo -cede David pero no sin dejar de advertirles-Vayamos
todos, pero puede ser peligroso. Desconocemos lo que vamos a encontrar dentro.
Así que mantengámonos juntos y no nos separemos en ningún momento. En cuanto a
ti, pequeñaja, nos darás la mano y no te soltarás pase lo que pase. Otra cosa,
si tuviéramos que volver sin el perro, no quiero discusiones, rabietas o
lloros. Regresamos y punto. ¿De acuerdo?
- ¡Vale! -contestan al unísono-
VI.- El Viaje
- ¡David, escucha! ¿No oyes? -observa Almudena.
- Pero si no se oye nada -dice Jorge.
- Si, tienes razón, ahora ya no se oye –responde David, mientras mira
su reloj-. La tormenta ha durado unos 10 minutos. Eso quiere decir, que una vez
dentro, en cuanto oigamos el primer trueno, hay que regresar. Venga, no
perdamos más tiempo. Jorge, tú coge ese rollo de cuerda por si necesitáramos
más. Tú, Almu, dale la mano a Esther. Paloma, toma la linterna y agárrate a
Jorge, id delante indicándonos el camino con ella. ¡Adelante!.
David coge el rollo de cuerda que poco antes habían atado a la columna
y empieza a desenrollarlo. Pasa a través de la puerta seguido a poca distancia
por los demás. Caminan en silencio algunos metros, rodeados por una niebla
espesa que, poco a poco y casi sin que lo adviertan, va desvaneciéndose. Pero,
a pesar de eso, siguen sin saber donde se encuentran. Aquello está demasiado
oscuro, aunque sí pueden adivinar que están dentro de una cueva de enormes
dimensiones.
Caminan por una galería de unos tres
metros de ancha, cuyo techo no llegan a ver con la poca luz de que disponen.
Las paredes están húmedas; de vez en cuando tropiezan con alguna estalagmita y
se oye el ruido de un río subterráneo que corre no muy lejos de donde ellos se
encuentran.
Siguen caminando y, algunos metros mas allá, al girar en un recodo,
advierten una luz al fondo. Se acercan a lo que parece ser la salida de la
cueva.
Sienten el aire fresco en sus
rostros. Paloma apaga la linterna antes de que David se lo pida. Al llegar afuera, se detienen
deslumbrados por la luz del sol. Luego, cuando poco a poco se van acostumbrando
a la claridad, se quedan asombrados ante el maravilloso paisaje que se abre
antes sus ojos.
Se encuentran en un pequeño valle protegido por altas montañas. Los
árboles y plantas que ven, tienen un tamaño enorme un tanto desproporcionado y
son completamente desconocidos para ellos. Al fondo, se ve un pequeño lago de
aguas tranquilas. El aire parece lleno de olores y ruidos extraños que no
reconocen, a excepción del sonido del agua que corre entre las peñas, no lejos
de ellos, y que parece surgir de la roca misma.
- ¿Dónde estamos? -se atreve a preguntar Almudena.
- No tengo ni la más remota idea -contesta David-, pero tenemos que
empezar a buscar a Reinita. Bajemos hasta el lago, puede que el perro no ande
muy lejos.
Cuando empiezan a caminar, Almudena los detiene sujetando a David por
el jersey.
- ¡Espera! Mira entre aquellos árboles, ¡no puedo creerlo!
Cinco pares de ojos se fijan en los animales que con paso lento y
cansino se acercan al agua para saciar su sed. David se deja caer de rodillas
en la hierba, cierra los ojos para volverlos a abrir pasados unos momentos. La
visión sigue allí, unos gigantescos animales de largo cuello...
- Creo que estamos en el periodo mesozoico -les explica a los demás,
cuando consigue recobrar el habla-; esos animales que veis, son diplodocus y
vivieron en la tierra hace unos ciento cincuenta millones de años, ¡más o
menos!
- ¿Y eso cómo lo sabes? -murmura Jorge, temiendo alzar demasiado la
voz.
- Tuve un examen de Naturales poco antes de las vacaciones. Entraba la
prehistoria y tuve que empollar de lo lindo.
- ¿Son peligrosos? - se
interesa Paloma.
- No demasiado, si olvidamos su tamaño. Son vegetarianos, pero, por si
acaso, mantengámonos fuera de su vista.
De pronto, sienten como si la
tierra se moviera bajo sus pies y oyen una especie de rugidos estremecedores
que les ponen los pelos de punta. Se agarran las manos y, lo más juntos que
pueden estar unos de los otros, comienzan a caminar hacia el lugar de donde
procede el estruendo. No tienen que andar mucho para descubrirlo. Cuando lo
hacen, se quedan paralizados por el miedo.
Allí, delante de ellos, a unos 300 metros, hay dos enormes dinosaurios
peleándose. David coge a Esther en sus brazos y trata de calmarla, la niña está
asustada y comienza a llorar.
- Vamos, nena, no llores ahora. Si lo haces no podremos buscar a
Reinita.
- Y... ¿y si se la han comido?...
- ¡Anda ya, tontuela! ¿No ves que ha dicho David que son "vetagerianos"?
-la consuela Jorge.
- Me temo que uno de ellos no lo es -aclara David-. El que se sostiene
sobre las dos patas de atrás es un Tyrannosaurus; en cristiano, como diría
Almu, un lagarto tirano y es bastante peligroso, tanto para sus semejantes como
para nosotros. El otro, es un Triceratop -un tres cuernos- no es carnívoro,
pero tenía fama de tener bastante "mala uva".
- Como Jorge -apunta Almudena.
- No empecéis. Será mejor que nos demos la vuelta por donde hemos
venido y regresemos a casa -concluye David.
Los demás le miran, pero no se atreven a llevarle la contraria,
impresionados como están. Cuando se disponen a irse, Paloma pregunta.
- Oye, ¿en esta época ya había perros?
- No. ¿Por qué?
- Creo que he oído aullar a uno. Podría ser Reinita.
Callan unos momentos y tratan de oír
por encima del ruido que provocan los dinosaurios en su cruenta lucha.
- Tienes razón, parece venir de allí -señala a su derecha-. Vayamos a
ver.
Se ponen en marcha alejándose de los animales que luchan. Cada vez
parecen oírse mejor los aullidos del perro. Algunos metros mas allá, metido
entre lo que a ellos les parecen unos zarzales, encuentran a Reinita. Esther se
tira de los brazos de David y corre hacia la perra, llamándola cariñosamente.
- Espera, o terminarás como ella -le advierte Almudena.
La niña se detiene. Aguarda a que los mayores liberen al chucho y,
cuando éste se encuentra libre de las zarzas, se abraza fuertemente a él,
cubriéndole de besos.
- Esther, por favor, no dejes al perro lamerte la cara -la riñe cariñosamente David.
- Me está besando, ¿no lo ves?. Pobrecita mía, cuanto miedo ha debido
pasar...
- Jorge, ata al perro con esa
cuerda y no lo sueltes. Regresemos a
casa antes de que nos metamos en algún lío más del que no podamos salir a
tiempo.
- Oye, hablando de tiempo, ¿Cuánto nos queda?
Y como respondiendo a la pregunta de Almudena, todos oyen un gran trueno.
- Diez minutos, ¿contesta eso a tu pregunta?. Venga pesados, en
marcha. Empecemos a enrollar la cuerda –ordena de nuevo David.
Vuelven sobre sus pasos sin que ninguno haga preguntas o ponga
inconvenientes. Al llegar a la entrada de la cueva, Paloma enciende la
linterna. Les cuesta un poco acostumbrarse a la oscuridad, pero no por ello
aminoran la marcha.
VII.- De nuevo en Casa
Cuando el último de ellos entra por
la puerta al desván, ésta se cierra por sí sola y queda tan encajada como al
principio. Se dejan caer en el suelo sin importarles nada. El que más y el que
menos, está lleno de magulladuras, arañazos y no demasiado limpio. Una vez más
tranquilos, David se levanta dirigiéndose hacía la puerta.
- Venid, hay que volver a ponerla en su sitio. Como si no hubiera
ocurrido nada. Será mejor que este viaje que hemos hecho quede entre nosotros,
de momento. O sea, que lo mantengamos en secreto.
- Al fin y al cabo, ¿quién iba a creernos? -comenta Almudena-. No sé
vosotros, pero yo he pasado toda la mañana en el desván,... limpiando...
Ríen mirándose unos a otros. Vuelven a dejar todo tal y como lo
encontraron. Abandonan el desván cerrando la puerta y colgando la llave en su
sitio.
Se dirigen al baño para asearse un poco, antes de que su madre los
vea. Casi lo consiguen, pero claro, sólo a su madre se le ocurre salir en aquel
momento de la cocina.
-¡Santo Dios! ¿De dónde salís? ¿Habéis visto qué pinta tenéis todos?
-pregunta asombrada.
- Sólo es un poco de polvo. Es que el desván no está demasiado limpio
-contesta Jorge.
- ¿Qué?...
- Reinita se escapó y tuvimos que ir a buscarla. Hemos visto un... un
"Plodococus", una lagartija grande y mala... y... y tres cuernos.
Luego encontramos a Reinita y volvimos para comer. Yo ya tengo hambre y quiero
un huevo frito con tomate y patatas fritas -concluye Esther de corrido, antes
de que los mayores acierten a reaccionar.
- ¿Que dices?...
- Nada mamá. Ni caso. Tiene más cuento que calleja -la tranquiliza
Paloma.
- No es cuento, es lo de la puerta, ¿no os acordáis? -insiste la
pequeña.
- Vamos a lavarnos la cara renacuaja -interviene Almudena tratando de
salvar la situación-. Se te ha debido de colar alguna de las telarañas que
encontramos en el desván. ¿Verdad chicos? -Éstos aseveran-. ¡Ah! mami, en
cuanto acabemos de asearnos, pondremos la mesa entre Paloma y yo, antes de que
llegue papá; y cuando acabemos de comer, mientras vosotros tomáis el café, los
chicos van a recoger y nosotras fregaremos los cacharros. Así podrás descansar
un poco.
- ¿Qué?... pero...
La madre no sale de su asombro. Pero no puede hacer más preguntas
porque los niños desaparecen tras la puerta del baño, llevándose consigo a
Esther, que no deja de protestar.
- ¡Vaya! ¡Sí que es extraño! ¿Qué andarán tramando?. No es normal que
se muestren tan serviciales.
Gira un momento la cabeza. Huele el ambiente...
- ¡El pollo! ¡Se está quemando el pollo!
Y desaparece en la cocina, no sin antes dirigir una mirada susceptible
a la puerta del baño que permanece entreabierta y tras la cual, solamente se
oye el ruido de un grifo abierto.